Comentario al libro Ceros a la izquierda: poemas sobre el servicio militar, de Aristóbulo Echegaray, Buenos Aires, 1932.
«Este libro se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos Editorial “Lito” el día 25 de Mayo de 1932 para la Biblioteca P.A.C.». Eso dice el colofón del libro Ceros a la izquierda: poemas sobre el servicio militar, de Aristóbulo Echegaray. Arte de tapa de José Sebastián Tallón. La sigla PAC significa Poetas Argentinos Contemporáneos.
Digamos, para entrar en tema, que Aristóbulo Echegaray nació en 1904 y murió en 1986 en Buenos Aires. Fue amigo, entre otros autores más conocidos, de Álvaro Yunque (ver https://academiaargentinadelij.org/Revistas/30/Nota6-Miradas-y-Voces-de-la-LIJ30.pdf). «Perteneció y fue parte fundamental del Grupo Boedo y realizó una obra realista, de preocupación social», señala un sitio de internet. Pero vamos al libro, que ya es 25 de mayo.
En las páginas preliminares, un extenso epígrafe señala:
DON MIGUEL DE UNAMUNO, ESCRIBIÓ:
A Aristóbulo Echegaray –por el apellido saco que es de mi raza– díganle que aunque ya no se queme al que se niegue que bajo los accidentes del pan y del vino de la consagración eucarística está la sustancia y sangre de Jesucristo, se llegará a fusilar al que niegue que bajo los accidentes del tejido y teñido de la bandera está la sustancia del cuerpo y sangre de la patria, pues que la inquisición nacionalista pretoriana es cien veces más abominable que la clerical.
Desde Hendaya (Francia) el 5/9/27, en una carta a Pedro Juan Vignale y César Tiempo.
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Hecho curioso: estamos llegando a un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo y nos topamos con un libro publicado en 1932 e impreso el 25 de mayo, que habla de la patria no muy devotamente. Se trata de una puesta en acción del clásico motivo de «las armas y las letras», que nace con la literatura cortesana europea y adquiere en el Renacimiento presencia especial. Recordemos si no el Quijote y su constante asunción de la importancia (loca, eso sí, es decir, artística) de defender con la espada los ideales caballerescos.
Ha pasado mucho tiempo, pero encontraremos en este poemario un despliegue «actual» del conflicto que supone a un escritor, a un poeta, tomar las armas (el poeta soldado). Claro que esta vez de modo ficticio, ya que en el servicio militar no se hace la guerra sino que se la imagina, se la supone, se la representa.
Imaginemos entonces al joven escritor Aristóbulo Echegaray haciendo versos sobre su experiencia en el servicio militar. Antes que nada, la dedicatoria a sus iguales:
«Dedico:
«A los muchachos de la 6ª batería del regimiento I de Artillería Montada del año 1925 y al poeta César Tiempo, en afirmación de una amistad “que nos acercó ayer, nos une hoy y no nos separará jamás”.»
Buen recurso del autor para vincular a los «muchachos» con la poesía, al incluir en la dedicatoria a su amigo poeta César Tiempo.
En lo que el índice anuncia como «Motivo», página 13, podemos leer, con el título «Razón»:
El tiempo que nos lleva del presente
adormece la angustia en el olvido:
Quiere vencer al tiempo mi angustiada impotencia
y levanta este grito.
Que diez meses vibrando dentro de un libro de versos,
ya son más que una sombra en el recuerdo.
El autor nos anuncia pues el motivo del libro, y lo podemos imaginar en dos escenarios: como colimba, conscripto, diez meses de servicio militar, escribiendo versos, y como escritor, años o tiempo después, escribiendo más versos y dando forma a un poemario, que luego será libro. Libro que se anuncia como un grito.
El libro se estructura en tres partes: Primera tanda: Cuartel (28 poemas); Segunda tanda: Maniobras (15 poemas); Tercera tanda: Otros poemas del poeta conscripto (5 poemas).
Sigamos leyendo y escuchando al poeta:
Dejar ensueños, dignidad, cerebro,
como una cosa inútil extramuros,
y acatar manso este pensar en nada
y este tirar los días al absurdo!
La disciplina es una prostituta de rango.
Desfiles que abrillantan 25 de mayos,
patrióticos discursos de épocas escolares.
Un montón de ilusiones y sueños de muchacho
se me fue por el agua de un zanjón de desagüe.
Su hoja no tiene filo, vale decir: coraje;
no ha vivido poemas ni ganado batallas.
Mi cobardía que sostiene un máuser.
Un capitán que ensucia unas palabras,
tiros que despedazan el silencio,
blancos a la distancia,
y un letrero anacrónico que insulta:
«Aquí se aprende a defender la Patria».
Aparecen también alusiones anarquistas. En «Poema del sol de la bandera», la voz se compadece del sol de la bandera y le imagina un destino más digno que desteñirse con el tiempo:
Ya no tiene esperanzas, mas tiene una Esperanza:
que unos hombres valientes se levanten un día
y le den una muerte digna de un sol:
Las llamas.
La ironía también se hace presente en el poemario:
Compañeros poetas, que esta noche en la urbe
charláis junto a una mesa de café:
podéis vivir tranquilos
que yo os cuido la patria pasablemente bien:
–El machete sin filo, la pistolera hueca–
aquí en la puerta del cuartel.
Me duele ese soldado que retó el capitán,
por no salir, nadaban en sus ojos las lágrimas.
–¡Animal! ¡Cuerpo a tierra!
Si vistiera de hombre su mano justiciera
rompería a este títere la jeta de cretino.
Yo estrangulo mis gritos. Unos gritos salvajes;
unos gritos enormes que se van para adentro!
Pero estos versos son el eco
de aquel silencio de mi rabia.
Vemos entonces cómo la poesía nace del silencio, de haberse callado muchas veces pero no poder seguir callado. Como sugiere Antonio Porchia: «Digo lo que digo porque me ha vencido lo que digo».
No transcribiré un poema dedicado a un suboficial solitario y alcohólico (p. 41), ni a un sargento al que compara con un perro («nació perro y de perro vivirá siempre») (p.43), ni la alusión de la imposibilidad de pensar de un capitán y, por extensión, de un militar.
Con cada poema, el libro suma intensidad. Se mete ahora Echegaray con un soldado muerto a causa de abusos:
Eras magro de carnes y de espíritu:
Un Eldorado para abusadores,
y por eso trabajos y castigos
fueron dobles siameses de tus horas.
Varios poemas podrían ser, tranquilamente, letras de tangos:
Corazones vacíos, los patios del cuartel.
Como una rubia, rubio de sol este domingo.
Florecen en la guardia visitas para otros.
Un silencio implacable se retoba en hastío.
Y no faltan tampoco las formas muy breves:
Espectro deambulante, pasa el imaginaria.
Buenos Aires, mujeres, cafés… ¿Para qué cosas
podremos ser un día útiles los conscriptos?
El poemas «Veinticinco de mayo» vuelve a ironizar, a costa de la distancia entre la actuación o el ritual militar y la realidad:
–Esos de pelo largo: al calabozo… ¡Marchen!
¡Y hoy gritábamos fuerte los cantos de la patria!
Al llegar la primavera, el soldado-poeta rasquetea a un caballo y sueña despierto:
Pasa el sargento:
–¿Qué hace? Pase bien la rasqueta.
Tiene los dientes negros y la mirada torva.
Yo nací en primavera y amo la primavera.
(A, si Vd., mi sargento, supiera de estas cosas!)
Sigue soñando el poeta conscripto, ahora en dísticos:
A las caballerizas, a recoger estiércol.
En el trabajo odioso se hace macho mi ensueño.
Algún día, con estos mismos cepillos sucios,
hermanos, barreremos el estiércol del mundo.
2
La Segunda tanda, titulada «Maniobras», está fechada en la primavera en las sierras de Córdoba, 1925.
¡Ser soldado aquí, en medio de la naturaleza!
¡Hacer humo de pólvora y asfixiar al silencio
por jugar a la guerra!
Los estampidos vuelan, bajo el cielo polífono,
cabalgando en los rayos de este sol de verano.
Estallan las granadas en los campos desiertos.
¡Desiertos¡ ¿Y la oruga, y el ave, y el lagarto?
En el pueblo donde el regimiento realiza las maniobras, los vecinos observan a los soldados, y el poeta lanza:
Miran pasar las tropas de la patria
que les traen visiones –en qué vida entrevistas?
de epopeyas heroicas que, no saben,
despreciamos los hombres de estos días.
Viejecitas rugosas como aradas senaras,
hombres de ojos rasgados y el cantar en la voz:
¿Qué dirías si, como venimos ahora mansos;
viniéramos un día con la revolución?
Al esbozo anarquista señalado se agregan las ideas pacifistas. No todas son críticas negativas a lo militar, pero el poeta no se queda en la superficie y sabe diferenciar entre la persona y su tiempo. Sin abandonar su desprecio por la guerra, no deja de señalar el valor de los combatientes. En “Palabras a un capitán aviador”, se puede leer:
Capitán de los ojos de pájaro, tus ojos
¿cuántas veces han visto la muerte en los caminos,
en los altos caminos del cielo nubiloso?
Te alejas de los hombres con tu atuendo guerrero,
¿no temes que en la altura te distancie de Dios?
Los aviones de guerra deben manchar el cielo…
Y hay algo más que un simple comentario en mi voz.
Quien haya pasado la experiencia del servicio militar sabrá del absurdo y el padecimiento de la guardia imaginaria: soledad, frío, inutilidad (ceros a la izquierda). Pese a lo cual la voz poética no deja de elevarse:
De guardia, nada guardo: los campos y los hombres
y las bestias se agobian bajo el frío serrano.
El lomo de las carpas sufre de filo al cielo.
Cobarde, mi machete tiritará en la vaina.
Jugamos a la guerra. Campamento. Alta noche.
Alarma de granadas las estrellas fugaces.
Vemos caer el agua y el tiempo… En estos campos
erizados de sierras, yertos de soledad.
Capitanes, soldados…
¿Quién no se siente menos que una miga de pan?
La música, y en esta ocasión el tango, servirá de compañía y consuelo. En el poema «Al soldado que cantaba tangos», leemos:
Amabas como pocos tus barriadas del sud,
–Piñeyro, Puente Alsina, Barracas– por las noches
los tangos se mellaban en tu dicción sin aulas
pero que nos llenaba las almas de suburbio.
En «Manifiesto», la voz poética retoma el antibelicismo:
Nos han puesto en la mano –peligrosas– las armas
y ¿para qué tenemos las armas en la mano?
3
En la Tercera tanda, algunas de las formas poéticas se vuelven más breves: menos versos de menos sílabas, o al menos no todos de arte mayor –14 sílabas–, como en la mayoría del poemario hasta estos momentos finales. En «Variaciones de un domingo de franco», el servicio militar y el libro van llegando a su fin. La vacuidad de diez meses entre paréntesis, que se hace patente ante la cercanía del fin del servicio, se torna dramática: el soldado tira al poeta para atrás:
Alzar en cada esquina
si no un centavo, un verso.
Sentir que los bolsillos no tienen otro objeto
que apresarnos las manos para que no se escapen
llevando un alarido de desesperación.
¡Irremediable ausencia de proyectos!
¡Si algún burgués me tropezara
y pudiera enredarme a puñetazos!
Me dejó triste esta mujer. Tenía
una desolación rara en los ojos.
Desolación de patio cuartelero.
Pude gozar mi franco entre sus brazos.
Quise encontrar un beso en su mirada
y (¡Oh, patio de cuartel en día domingo!)
me destrozó el domingo su mirada.
Notable cómo la mirada del soldado se mezcla con la del poeta, a quien le resulta imposible desprenderse de la experiencia militar, y deja también lugar a un humor muy sutil:
Un restaurante de ínfima categoría,
un restaurante donde moriría,
la más sana alegría.
Solo, junto a una mesa,
–una copa de vino, una buseca–.
Pienso que el patrón tiene un cara perfecta
de sargento primero
y lo comparo a nuestro cantinero
y, a juzgar por el vino y la buseca,
concluyo que son dignas una de la otra bestia.
El libro termina como termina el servicio militar, con el anuncio de las bajas, y con el «Poema de la última tarde»:
Mañana. Ahora eso es todo, compañeros: mañana.
Angustias y rencores queden a nuestra espalda;
de cara al sol y al viento vámonos por la vida;
Se abren ante nosotros las sendas y los días.
Nota
El libro comentado puede encontrarse en bibliotecas públicas. Tuve noticia de Aristóbulo Echegaray averiguando datos sobre otros escritores. Ingresé al buscador del sistema de documentación de la UNCuyo (https://sid.uncu.edu.ar/sid/) y lo encontré. Lo pedí en préstamo una semana. Cuando me lo entregaron estaba sin guillotinar, es decir, nadie lo había leído hasta ahora. Su estado es bastante precario: las hojas se han amarronado con el tiempo y tienen manchas producto de la humedad y de la falta de lectura, como puede verse en la imagen del colofón. Y sí, un libro que nunca fue abierto se enferma. Pero alguien, algún/a bibliotecario/a, esos seres únicos y esenciales, lo restauró pegándole un cartón en el lomo. También se lo puede consultar en la Biblioteca San Martín de la Ciudad de Mendoza, donde además hay otras obras de Echegaray: https://bibliotecageneralsanmartin.com.ar/catalogo/
En la Biblioteca Nacional Mariano Moreno existen muchos libros de Echegaray autor y también editor. Y trabajos sobre su obra.
Algunas otras obras del autor:
Poeta empleadillo, versos, 1926.
24 poemas para una muchacha querida, 1928.
Cinco pesos poca plata, 1944.
Antología de cuentos búlgaros, 1961.
El nudo desatado, poemas, 1950.
Don Segundo Sombra : Reminiscencia infantil de Ricardo Güiraldes, ensayo, 1955.
El prestamista y el pistolero, 1975.
J. L., Mendoza, mayo de 2024.