«Siempre en fuga, la poesía»

Sobre el libro Los colores de la vigilia, de Christian Kupchik (Buenos Aires, Buenos Aires Poetry, 2017).*

Esta obra es una gran indagación, un viaje desde y hacia las palabras. Tene un movimiento semejante a un vaivén, desde lo esencial y simbólico –desde temas cruciales como el tiempo y el amor, ofrecidos desde perspectivas y autores diversos en estéticas y épocas y lugares y tradiciones–, a una dicción más directa, poemas que parecen interiorizar en su anécdota las búsquedas y proposiciones primeras del poemario. Y salta a la vista, de estos colores, que no son más que una estratagema del autor y de la voz que yergue el poemario para hablar del tiempo, donde el blanco es, entre otras cosas, el olvido:

Todo es mensurable a partir de los blancos que quedan en los intersticios de cuanto nos rodea.

Y donde el silencio es negrura e inmovilidad:

El término no determina, sin embargo, la ausencia de sonido,
sino que remite a la idea de inmovilidad:
quietud, lo invisible, el astro ausente,

la negrura.

Los colores de la vigilia se muestra como un libro inagotable: abre puertas de conocimiento y comprensión e interrogación continuamente. Lo imagino como uno de esos libros troquelados. Al abrirlos, nos muestran relieves llamativos e inesperados, figuras que cambian de forma según desde dónde las observemos, imágenes que, como señala Borges en algún lugar, prefieren el matiz al color. Y nos exigen que cambiemos el lugar desde donde miramos, y con cada mirada y lectura vamos construyendo, haciendo caer, y reconstruyendo sentidos, abriendo y cerrando caminos de reflexión y de belleza.

Leer este poemario operó, en mi caso, como una trampa. Una trampa bastante compleja, por cierto. Un camino sinuoso con alguna luz, no laberíntico pero sí con extrañas ramificaciones, diversas voces, ritmos cambiantes y a la vez coincidentes, o quizá sea mejor decir concurrentes.

No soy afecto a los libros de poemas que son en realidad narraciones o descripciones o invocaciones escandidas en verso. Series previsibles de composiciones alineadas o enfiladas tras una teoría o un curso narrativo (para no decir relato), un tema más o menos prefijado, unas anécdotas más o menos sensibles, memorias que redescubren o recrean o imaginan un pasado entrañable –bueno o malo– o unas experiencias cuasi místicas, del tipo que sean: sociales, espirituales, amorosas. Pienso que este tipo de poesía es la que abunda. Y por suerte no es el caso de este libro.

Por otra parte, cuando encaro un libro de poemas, de modo recurrente me pregunto –a causa además de cierta manía de editor: ¿Qué une o justifica a un grupo de textos, de poemas, qué lo hace un poemario y tal vez luego un libro. Más allá de similitudes genéricas o compositivas o temáticas. Más allá de ciertas regularidades producto de la pericia del escritor. Pienso que lo que da unidad es, sobre todo, el tono. El tono en la literatura es un asunto, pienso yo, delicado. Quiero decir que en el caso de Los colores de la vigilia el tono lo da una voz firme y lúdica a la vez, que sostiene todo el tiempo el propósito. En este caso, el propósito se anuncia en el epígrafe general del libro. La frase de Michel Foucault que nos recibe y nos abre la puerta para entrar al poemario.

Dice el epígrafe:

«… habría que escuchar atentamente cada susurro del mundo,  tratando de percibir tantas imágenes que nunca han encontrado su reflejo en la poesía, tantos fantasmas que nunca han logrado los colores del estado de vigilia». Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica.

Reescribo variaciones: todo puede ser poesía. La poesía está allí pero no suele ser evidente, rara vez refulge. Buscarla y crearla forman parte de la misma acción. Participar de o en la poesía es asumir que debemos construirla, y que apenas plasmamos algo, surge o queda latente otra posibilidad. No hay fronteras precisas entre lo que consideramos poesía y lo que pensamos o percibimos que no lo es. La voz que sostiene esta obra no se sitúa cómoda dentro de la poesía, sino que más bien expone un movimiento hacia la poesía.

Subyace en estos textos, y por eso mismo aflora, ese rol transmutador del alquimista verbal, del buscador de materiales preciosos que tan singularmente, por ejemplo, ha planteado y plantado, y fundido en símbolo, Jorge Leonidas Escudero.

Esta obra nos dice y nos recuerda que cuando intentamos poesía, trabajamos con materia y materiales sensibles. Sonidos y sonoridades:

fervorosos fernets sin fe

estamos condenados a condados de niebla

brumosa broma del azar

aun ajenos, aún lejanos

barbijos y burbujas, espumajos

brujas en la bruma

el letal letargo

bebí bendecidas botellas

recuerdo tu cuerpo desnudo

Contraposiciones:

en tanto tantea en el vacío
con las manos llenas


sobre la playa subyacen las palabras prohibidas

Hay además ritmos, ideas, imágenes, posiciones, tradiciones. Cada una con sus resonancias y posibilidades.

Considero que Los colores de la vigilia actualiza la poesía. Reúne –vuelve a unir– un lenguaje sutil, una dicción elaborada con un verbo apegado a la palabra hablada, tan cercana a los labios como al cerebro y a la biblioteca o a las bibliotecas, a las muchas tradiciones literarias que pone a convivir.

No tiene límites ni preferencias temáticas, aunque podamos detectar y señalar cierta obsesión principal por el tiempo, mirado o abordado desde la posición de quien busca claridad en la noche, sentido en el sinsentido:

El tiempo es cielo

El tiempo
no acostumbra ver sus pasos
reflejados en el paso
del tiempo

matar el tiempo
perder el tiempo
el hombre atraviesa el tiempo

Detecto también no solamente, como ya señalé, concurrencias o confluencias sino también un movimiento de apertura a otras formas o modos de pensar y hacer poesía. Esta es la razón –razón poética, quiero decir– de que en esta obra convivan diversas formas textuales. El poema convencional en versos y estrofas, el epígrafe, la sentencia o aforismo, la paradoja, citas de autores clásicos y contemporáneos, relatos, crónicas que parecen ensayos y ensayos que parecen crónicas, misceláneas.

Las obras, por así decirlo, muy estructuradas, organizadas en secciones y subsecciones, con numerosas citas y diversos momentos parecen decirnos, o al menos a mí me dicen por lo bajo: «acá hay una mano, una cabeza, una sensibilidad, un principio rector, un centro o al menos el esbozo de un centro o de un eje». No estamos, pues, ante el caprichoso fluir desbocado o de la palabra. Cada imagen, cada parte, cada cita, tiene su papel. Ofrece o revela su luz, y a la vez reconoce y esconde su sombra. 

Se plantea u ofrece entonces un orden. No en el sentido que por estos tiempos declaman, proponen e imponen ciertos dirigentes políticos y empresariales. Digo más bien un orden del orden del cosmos, obviamente en contraposición al caos. Un dar forma a lo informe o simplemente crear un cosmos a partir o como consecuencia de unos textos que se llaman y se precisan unos a otros y concurren en la búsqueda de una forma o unas formas. 

Otro aspecto que quiero señalar de este libro es el tratamiento de la ironía, absolutamente sutil y que agudiza el recurso. Un solo ejemplo, del Primer ciclo de la sección Vita:

«Tras una vida plena de fatigosas privaciones, Marina Tsvietáieva, en una carta escrita con discreta dicha, le reveló a Rainer María Rilke la esencia misma del reino de los Cielos:

No fregar pisos nunca más.»

Escribir no equivale a hacer poesía. La poesía no tiene forma definida, aunque podamos citar eternamente textos sublimes que hace tiempo conquistaron estatus poético. Hacer poesía es una expresión redundante o enfática. Sí es cierto que poesía es algo que también se hace con palabras, y tal vez haya poesía cuando eso que se hace parece rozarnos, nombrarnos. Cuando ese algo sucede, sentimos a la vez cierta extrañeza y familiaridad, como si nuestro padre o nuestra madre o un amor, o el amor, nos tomara de la mano para ayudarnos a constatar que existimos.

Tal vez la poesía no sea más que eso: el regreso esporádico de una intensidad perdida, que para hacerse patente y poder regresar, vuelve a partir. Tal vez por eso, siempre estamos en vilo con la poesía, en estado de vigilia.

Hemos vivido antes de nacer.
Hemos soñado antes de ser.
Hemos escuchado antes de oír.
Todo es precedente: nada nos pertenece del todo.

Concluyo con unas palabras que nacieron a raíz del texto Ave del paraíso, también del Primer ciclo de la sección Vita:

como el ave del paraíso
que no tiene patas o pies
la poesía sería ese discurso

que nunca se posa
que no descansa
que ni siquiera se plantea el deseo o la necesidad de tocar tierra árbol agua
palabra siempre en el aire

siempre al acecho

hay algo que jamás renuncia
inexpugnable misterio

inexpugnable belleza

siempre en fuga
la poesía

Juan López, Mendoza y Buenos Aires, diciembre de 2017.

* Texto leído en la presentación del libro, el jueves 7 de diciembre de 2017 en la ciudad de Buenos Aires.