Compartir literatura por internet sin pagar derechos de autor: la Biblioteca Virtual
Van aquí dos aportes tomados de obras de Borges y Levrero –y brevemente comentados– a la discusión que surgió hace unos días en la Biblioteca Virtual que coordina Selva Dipasquale a raíz del pedido de Gabriela Cabezón Cámara de que bajaran una de sus obras de la biblioteca. Espero, eso sí, no tener problemas con los herederos ni con las editoriales de estos dos autores por citar textualmente fragmentos de sus obras y subirlos a la red, considerando que no tengo permiso para reproducir ni una sola palabra de ninguna de sus obras.
En el libro de Levrero que citaré más adelante se puede leer la siguiente leyenda, en la parte de los créditos (p. 6): «Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores».
En primer lugar, habría que pedirle a PRHGE que no insulte nuestra inteligencia con afirmaciones del tipo «publicando libros para todos los lectores». ¿Qué significan esas palabras? Sinceramente, no entiendo. Tampoco estas dos: «El copyright estimula la creatividad y favorece una cultura viva». ¿De qué modo haría eso el copyright? El resto se entiende: es la leyenda típica de estas partes de los libros avisando que no se puede reproducir nada de lo que a continuación se publica, etc., porque si no…
Me doy cuenta ahora, alma ingenua, de que puedo tener problemas directos con PRHGE, ya que estoy citando textual y subiendo esa leyenda sobre el copyright con pasajes incomprensibles, como la buena literatura, a algún lugar de la red. Además, más adelante reproduciré palabras textuales del autor Mario Levrero pero comencemos con una cita de un cuento de Borges.
Primer aporte
En el cuento de J. L. Borges «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», se puede leer:
«En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto de plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo».
Repasando el relato de Borges, se puede afirmar que defender al mercado editorial es vivir y elegir vivir en un mundo creado por algo superior a la humanidad, algo así como Dios o algún dios. Es decir, supone, de máxima, endiosar al mercado; de mínima, anteponerlo al trabajo literario. Por el contrario, elegir ser parte de un mundo creado absolutamente por hombres (seres humanos), como en ese cosmos llamado Tlön, se asemeja a participar en y dar entidad a «realidades» como por ejemplo la Biblioteca Virtual, construida por seres tan concretos como imaginativos y abiertos, inmorales «ladrones» del trabajo ajeno según las reglas sagradas del mercado, pero seres absolutamente coherentes con ese mundo con leyes propias que decidieron habitar y construir. La Biblioteca Virtual sería entonces una de tantas Tlön.
Segundo aporte
En La novela luminosa, Mario Levrero se ocupa del tema. El narrador, en sus notas diarias, vuelve repetidas veces a su actividad de programación informática para beneficio y confort propios: mejora herramientas para adaptarlas a sus necesidades de trabajo en la computadora, y en esa tarea incluye el «robo» de programas informáticos (software). Veamos, entre otras afirmaciones, cómo el mismo autor, Levrero, contradice la leyenda de los créditos que figura en su mismo libro y llega a tildar de «ladrones» a los editores.
«Creo que no soy estrictamente un ladrón; no tengo la mentalidad necesaria para serlo. Entonces, ¿por qué robo programas?
«Me respondo que no robo programas, sino el derecho de usarlos. El programa no es material; es información, una forma de información, como la novela mía es una forma de información. A mí no me molesta que alguien preste un libro escrito por mí, y ese libro prestado circule entre mucha gente; al contrario, es una práctica que apruebo y trato de fomentar. Del mismo modo, no me molesta que hagan fotocopias de mis libros. Incluso estoy tentado de publicar mis libros en Internet, para que los bajen gratis. Me molesta que me robe un editor, y los editores a menudo me roban, y roban a todos los escritores, de un modo u otro.
«Conclusión, los derechos de autor, que es en definitiva lo que uno paga por usar un programa, son completamente irreales. Para que haya robo, debe alguien apropiarse indebidamente de un objeto material. O debe obtener beneficios materiales del trabajo de otro. Por ejemplo, si usted compra un libro mío, lo copia e imprime una cantidad de ejemplares para venderlos, me está robando. No me estaría robando si imprimiera una cantidad de ejemplares y los regalara.
«Cuando yo “robo” un programa estoy haciendo uso del derecho a la cultura, que no es propiedad privada de nadie. Los programas que “robo” no me producen dinero; al contrario, me hacen perder el tiempo. No obtengo ningún beneficio material de ellos. La cultura, los productos de la inteligencia y la sensibilidad, es algo que debe circular libremente, gratuitamente, porque no puede ser propiedad privada de nadie, ya que la mente no es propiedad privada de nadie. Si yo pude leer en la mente de un texano desconocido un procedimiento para usar su programa, eso quiere decir algo. Si yo escribo un cuento y lo destruyo porque siento que no es “mío” (y mucho tiempo después encuentro la prueba material de que no era “mío”), eso quiere decir algo. Un texto escrito por mí no es “mío” porque yo sea el propietario; es “mío” como puede ser “mío” un hijo.
«Habría que encontrar una fórmula para que los artistas pudieran sobrevivir sin necesidad de traficar con sus derechos de autor; habría que aniquilar ese podrido sistema de editores chupasangres, al libro como objeto, a las persecuciones por fotocopiar o piratear. Es cierto: un escritor que acierta con un título acorde con el gusto popular puede enriquecerse de la noche a la mañana (difícilmente en este país, claro). Pero todos sabemos que ese enriquecerse es una forma también de empobrecerse y, de todos modos, los que quieran entrar en ese sistema, de acuerdo, allá ellos.
«No tengo idea de cómo podrá resolverse el problema de los artistas y autores de software (ellos también artistas, a su manera), pero la cosa seguramente no viene por el lado de los porcentajes que se cobran por derechos de autor».
Algunas conclusiones
Cada escritor/a/e se constituye a su modo, elige desde dónde escribe, por qué y para qué lo hace y etcéteras. Pienso que la posición mal llamada «pirata» tiene la virtud (generosidad o conciencia social que le dicen) de considerar la infinita brecha que existe entre la población y los libros, y desde ahí privilegia el interés general sobre el particular de cada autor. Sobre la posición que defiende los derechos de autor y sus regalías, están en su derecho, por supuesto, y han elegido participar en el mercado y constituirse a modo de élite, de grupo que llega a un estatus y que para mantenerse en él, pues lo defiende. Tuvieron o tienen el talento y la suerte, a veces en iguales proporciones, a veces no, de «llegar». Para este grupo, el derecho a la cultura hay que pagarlo. Así las cosas, no me parece posible que haya acuerdo y, en verdad, no tendría por qué haberlo: son dos posiciones contrarias. Viva la diferencia.
Obras citadas
J. L. Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en Ficciones –1944–, Obras completas, Edición dirigida y realizada por Carlos V. Frías. Buenos Aires, Emecé Editores, 1974, p. 439.
Mario Levrero: La novela luminosa. 3ª Ed. Buenos Aires, Literatura Random House, 2018, p. 281 a 283.
Juan López
Mendoza, mayo de 2020.