No hay que asombrarse ni escandalizarse: tampoco los medios hegemónicos nacionales con sede en la provincia de Mendoza ni los vernáculos van a informar de manera profesional, es decir mínimamente imparcial, sobre nada que afecte los intereses de los centros de poder que son y representan. Ejemplo, una noticia publicada hoy, 6 de julio de 2020, en un diario local de uno de los grupos hegemónicos, escrita sin ningún testimonio levantado del lugar del desalojo en el Km cero de la ciudad de Mendoza –ni fotos ni testimonio hablado de los protagonistas: estatales y policías, solo una foto en la vereda de una comisaría–, es lo máximo que se animaron a publicar o les dejaron publicar a los redactores que trabajan en ese medio. Solo se citan palabras tomadas luego de los hechos y un comunicado del partido en el poder provincial y municipal, y declaraciones varias, pero no hay una sola foto ni testimonio del momento del desalojo del acampe en el Km cero. Conozco a muchos de ellos, periodistas, o quizá haya que llamarlos a secas redactores del poder, y siento mucha pena, que trasciende la indignación. Para los que no lo saben, muy cerca del Km cero, donde sucedieron los hechos de ayer, están las sedes centrales y las redacciones de por lo menos dos diarios, un canal de televisión y una radio. Quiero decir que no pueden sostener que no llegaron al lugar de los hechos por tal y cual razón contingente. Además, es muy posible que tengan testimonios y hayan tomado imágenes, pero no las publicarán. Esto ocurre desde tiempos inmemoriales con los medios, pero ahora nos toca ver y constatar en nuestra generación y en carne propia la complicidad, el silencio y la ocultación de los hechos y la construcción de una nueva realidad, digerible. Cuando no pueden silenciarla porque ya sería alevoso, dan la noticia, aunque siempre lavada: a un desalojo violento le dicen conflicto, al abuso policial lo llaman requisa, y así van construyendo esa realidad nueva. Para no amargarse, hay pensar que el periodismo es otra forma de literatura.
Ya sabemos lo que son ciertos empresarios, lo que quieren y lo que son capaces de hacer. Lo que duele es ver a periodistas callarse aquí y ahora y ser cómplices del ocultamiento de los hechos. Y no, eso no es periodismo. En el mejor de los casos, esos trabajadores de prensa son rehenes de los propietarios y directivos de los medios: necesitan vivir. En el peor de los casos, son redactores que escalaron a cargos jerárquicos y que se tutean con el poder económico y político: a los empresarios Pescarmona y Zuccardi les dicen «Enrique» y «José»; al presidente Fernández, «Alberto»; al gobernador Suarez, «Rodolfo» o «Rody» y así. Es decir, esos redactores forman parte de algún grupo hegemónico hace mucho y lo hacen posible día a día. Son los que, repitámoslo, literalmente se tutean con el poder. O sea, repitamos, que repitiendo se aprende: participan del poder económico.
Cuando comencé a trabajar en una redacción, a finales de los 80, lo hice como corrector. La oficina de Corrección estaba pegada a la redacción general, que era un gran galpón, y a la oficina de la dirección periodística. Aunque era corrector, siempre tuve la posibilidad de pasarme a la redacción, pero no lo hice, creo que sobre todo porque más de una vez escuché a un jefe de sección o de noticias decirle a algún redactor: «No, eso no lo podemos publicar». Son las reglas del juego: si querés trabajar en un medio influyente, aguantate la censura o el estrés de luchar todos los días para que algo se diga sin ocultamientos, hasta que perdés y pasás a ser cómplice del silencio y rehén de una empresa, porque vos y tu familia tienen que comer. Yo elegí, entonces, seguir siendo corrector, para no ser totalmente cómplice: vendí mi fuerza de trabajo para que las mentiras o las medias verdades salieran al menos bien escritas. Por supuesto, no todas son mentiras: la estrategia de todo medio se sustenta en adoptar credibilidad informando lo obvio –que aumentan las muertes por COVID-19, que Messi hizo otro gol, que Diego adelgazó cinco kilos, que llueve o lloverá, que dos camiones chocaron de frente, que la diosa de turno de la farándula se volvió a enamorar, que se murió de sobredosis otro artista…– e inventar, distraer la atención o desinformar sobre lo importante, es decir, la disputa por el poder. Como se sabe, la información clave para comprender el rol de cualquier medio no es lo que publica sino qué empresas y organismos públicos difunden sus productos y servicios en él, la crucial pauta publicitaria.
Hay redactores que además se censuran solos: es famosa la historia de un «periodista» que hoy ocupa un alto cargo de una radio que una vez dijo, orgulloso, que cuando trabajó en tal medio nunca le censuraron nada. Claro, es que nunca escribió nada que afectara ciertos intereses. Se había mimetizado con la empresa. Estos «periodistas», que a mi criterio nunca lo fueron o, si lo fueron, les duró poco la verdadera vocación, son muchos más de lo que creemos, y ocupan lugares clave. Pienso que los más siniestros son los que se llenan la boca con la ética periodística y en realidad son los redactores del poder. Lo psicopático, en algunos casos, es que no se den cuenta o se hayan creído su propio relato. Los que no son psicópatas ni sociópatas saben que son lo que son y no sienten remordimientos: llegaron donde querían llegar. Sean del tipo que sean, están prendidos y no se van a soltar. Son otra élite intocable. Nos toca padecerla.
Juan López, 6 de julio de 2020.