Cuestiones de tamaño en la literatura

Acerca de las formas narrativas breves y el microrrelato. Y dos cuentos de Alejandro Solyenitzin.

Lo que hoy suele denominarse microficción, minificción o microrrelato es nada más y nada menos una de las tantas manifestaciones de la literatura de forma breve. Los antecedentes ilustres son las fábulas, esos cuentos cortos, y en verso muchas veces, que además proponían o agregaban una conclusión de tipo moral, con alguna enseñanza para la vida: la moraleja, un mensaje didáctico explícito. Los microrrelatos contemporáneos también portan un mensaje, pero no necesariamente explícito. Uno de los desafíos de quienes cultivan y leen este subgénero es precisamente intentar formular o comprender «qué quiere decir» el relato.

Parece inevitable la tendencia a ordenar las cosas por su tamaño. Recuerdo a un director de la Penitenciaría Provincial de Mendoza que, preparando la visita de la Comisión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pidió a los encargados de la biblioteca carcelaria que ordenaran los libros por su tamaño, porque como estaban se veían desprolijos.

Hay que sospechar, entonces, en principio, de toda clasificación por tamaño, de cosas, de objetos literarios, de fenómenos. Es cierto que estamos de algún modo condenados a las listas, los rankings, cuáles son mejores, cuáles son peores. Cuando un niño comienza a entender, nos pregunta o, peor, le preguntamos «¿cuál es tu color preferido, cuál es tu comida preferida?». Y lo introducimos así en el siniestro mundo del reduccionismo.

Es imposible salir de la categorización grande-pequeño. No es lo mismo que nos toque la porción menor de torta o de pizza, el vaso menos lleno de cerveza. No podemos salir, pero por eso mismo, no deberíamos fomentar la exacerbación de ver el mundo en función de los tamaños.

Lo más importante de un texto lo es a costa de lo menos importante. El todo y la parte, las partes. Se comprende, y simplifica mejor, el mundo por comparación: jóvenes vs. viejos, altos vs. bajos, ricos vs. pobres y así.

Microficciones son los cuentos de la abuela o de la madre o padre, hermano mayor, adulto, tutor o encargado, al niño antes de dormirse o cuando sea que ocurra el hecho de contar un cuento. Formas breves hay muchas. Que el mercado haya impuesto o aceptado, para apuntar a un público y vender mejor o menos peor la forma microrrelato o microficción, no da mayor valor a los textos breves, simplemente los ordena para ofrecerlos o venderlos de modo más efectivo.

Qué sería entonces lo principal de un texto literario, ¿su extensión? No. ¿Lo que tiene para aportar a la realidad no literaria, aunque gran parte de la producción apunte hacia lo literario, entendiendo que la ficción es parte de la realidad, ya que no habría un afuera del lenguaje? Acotando el asunto, no se puede negar que hay un afuera y un adentro de la literatura. Lo que es literatura y lo que no. Esto es poesía, esto otro no. Esto es blanco, esto es negro.

Dos cuentitos de Solyenitzin

Antes, entonces, de que adoptaran el presuntuoso nombre de «microficción» o «microrrelato», y se ajustaran a unas normas o coordenadas de escritura singulares, los cuentos y poemas breves o muy breves tuvieron muchos cultores, Esopo y sus fábulas, también Basho y tantos otros, con sus composiciones que conocemos como haikus, y demás formas breves. Veamos ahora dos cuentitos de Alejandro Solyenitzin (1918-2008). Pertenecen a un volumen titulado, con justeza, Cuentos en miniatura.

EMPEZANDO EL DÍA

Al amanecer, treinta jóvenes salieron corriendo al claro del bosque, se ubicaron cara al sol y empezaron a inclinarse, saludar, postrarse, levantar los brazos, arrodillarse. Y así durante un cuarto de hora.

Si los miráramos desde lejos podríamos creer que están rezando.

Actualmente a nadie le extraña que el hombre sirva cada día a su cuerpo con paciencia y atención.

Pero qué ofendidos estarían todos si sirviera de esta manera a su espíritu.

No, no era una oración. Era la gimnasia matutina.

***

LA RESPIRACIÓN

Llovió de noche y ahora las nubes se desplazan por el cielo. A veces caen algunas gotas.

Estoy de pie bajo un manzano que está terminando de florecer, y respiro.

No solo el manzano sino también los pastos que lo rodean expanden aromas después de la lluvia, y no hay palabras para este sabor dulce y penetrante de impregna el aire. Lo aspiro con todos mis pulmones, siento el aroma en todo mi pecho, respiro, ora con los ojos abiertos, ora con los ojos cerrados, no sé cómo es mejor…

Tal vez esto sea la libertad, la única, pero la más apreciada libertad, de la cual nos priva la cárcel: respirar así, respirar aquí.

Ninguna comida en la tierra, ningún vino, ni siquiera el beso de una mujer, me resultan más dulces que este aire, este aire embriagado con el florecimiento, la humedad, la frescura.

No importa que esto sea solo un minúsculo jardín, encerrado entre las jaulas de fieras de las casas de cinco pisos.

Dejo de oír los escapes de las motocicletas, el aullido de los tocadiscos, los gritos de los altoparlantes.

Mientras se puede respirar después de la lluvia bajo un manzano, se puede vivir.

(Alejandro Solyenitzin, Cuentos en miniatura. Buenos Aires, Emecé, 1969. Traducción: Irina Astrau.

J. L., octubre de 2020.