Acerca de dos libros notables, de Christian Kupchik y de João Gilberto Noll.
No sé narrar, apenas he escrito unas crónicas sobre mi paso por una cárcel como profesor. Pero no sé narrar. Admiro mucho a los narradores. Acabo de terminar dos libros maravillosos con los que volví a experimentar esa emoción del momento en que el relato comienza a terminar, a despedirse. Porque quedan pocas páginas, porque me enganché con los narradores y sus personajes y sus historias. El tono de una narración que se termina vuelve a ser familiar y a conmover. Ese placer único pero por suerte repetible o reeditable de saber que algo hermoso, que te contuvo, te acompañó, te hizo pensar y temblar, ya se termina, pero que deja huellas profundas. Ese privilegio de haber habitado la emoción, la tristeza, la euforia, la belleza, la aventura, la inteligencia, la humanidad. Gracias a otros que las pusieron en palabras. Gracias a Christian Kupchik, por su libro Pranzalanz (Buenos Aires, Dualidad, 2022) y João Gilberto Noll, por su Hotel Atlántico (Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2014, traducción de Juan Sebastián Cárdenas). Dos escritores impresionantes.