Sobre el libro Donde habitan las luciérnagas, de Pilar Piñeyrúa. Prólogo de Sayri Karp. Mendoza, Grito Manso, serie Ruido blanco, 2022.
Creo que el pilar de este libro, lo que lo origina, lo sostiene, lo impulsa y lo centra, es la memoria. No es este un gran hallazgo. En la primera parte, la expresión “me acuerdo que” hilvana los poemas y nos lleva al pasado, la infancia, la juventud, la historia. Ya sabemos, porque la autora lo anuncia, que vamos a ingresar en el ámbito del tiempo. Del tiempo pasado.
Esa repetición, “me acuerdo que”, baja a la inmediatez lo recordado. Podría haber escrito “recuerdo que”, más literario si se quiere. Prefirió el “me acuerdo”, absolutamente coloquial, cercano. Primera puerta abierta al lector: son textos de lectura transparente, aunque de significado denso, iluminador algunas veces, metafórico o borroso en otras. Borrosa es a veces la memoria; otras veces, la memoria nos aclara todo. Y otras, la memoria nos contiene, nos impulsa y de algún modo nos salva.
Veamos algunos textos:
“Me acuerdo que yo quería vivir en una casa con fondo y no en el centro”.
“Me acuerdo de las mesas de mi casa. En las más grandes, yo jugaba a las casitas y me metía allí para no comer y no hablar y escuchar”.
“Me acuerdo que solo había una marca de crema de enjuague”.
“Me acuerdo cuando seleccionaron niñas para el coro. Apenas canté “Ooo…” me dijeron que me fuera”.
“Me acuerdo de hacer la estrella de cinco puntas de tupamaros en el pizarrón de la escuela y que la maestra nos retó”.
“Me acuerdo que llegaban cadáveres a las playas. Me acuerdo de saber que no eran marineros chinos caídos de un barco, como decían los diarios”.
La prologuista, Sayri Karp, señala que estos textos forman parte, cito, “de esta lucha por mantener viva la memoria colectiva para no repetir el horror; estos textos son un homenaje a la pulsión de vida cuyo poder nos otorga la capacidad de resiliencia para recuperarnos y seguir construyéndonos a pesar del dolor que contamina los momentos radiantes y felices”.
Coincido con la prologuista, pero creo que aunque se puede señalar a la memoria como motor del conjunto, la lectura no debe limitarse a esa vía principal de interpretación. La alternancia entre afirmación y sugerencia abre la lectura a otras posibilidades menos unificadoras de sentido. Me gustaría pensar la memoria como punto de partida más que de llegada.
Otro valor de la buena poesía, o al menos de lo que yo considero buena poesía, es su capacidad de síntesis, de condensación. “Me acuerdo que solo había una marca de crema de enjuague”. Acá se están diciendo muchas cosas. Por ejemplo, que hubo una era premarketing, con todo lo que la palabra marketing anuncia. Yo leo esta frase como una actualización del motivo de la edad de oro, del paraíso perdido, cuando no hacían falta tantas cosas para vivir, para lavarse el pelo y además suavizarlo con crema. Pensemos también que la crema de enjuague es la coronación y culminación del lavado de cabeza. Antes había una sola forma generalizada de lavarse (y lavarnos) la cabeza (y las manos). Ahora hay muchas.
“Me acuerdo que llegaban cadáveres a las playas. Me acuerdo de saber que no eran marineros chinos caídos de un barco, como decían los diarios”.
Es decir, no todo es lo que parece o la historia que te contaron no es lo que realmente ocurrió. Es que la poesía es otra versión de los hechos.
“Me acuerdo que yo quería vivir en una casa con fondo y no en el centro”.
Acá aparece, como en buena parte del libro, la infancia como origen o motor del deseo, la infancia como modelizadora de la experiencia. Y aquí la memoria viene además a reivindicar ese deseo de algo que no se cumple, pero que la memoria registra, sostiene y mantiene en estado de deseo.
La repetición, y en este caso con la frase “me acuerdo que”, contagia. El “me acuerdo” nos invita a pensar de qué nos acordamos, nos pone a recordar y a recordarnos.
La presencia de formas breves como jaicus abre el sendero estético, si vale la expresión, a otras posibilidades poéticas o creativas. Esto, si entendemos la poesía como algo que “se hace” y que “se está haciendo”, no como mera contemplación o registro escrito de experiencias. En este sentido, esta primera obra lírica de Pilar Piñeyrúa nos anuncia nuevas búsquedas, nuevas propuestas y nuevos caminos.
El libro propone un derrotero, un cambio de tono de lo simple a lo más complejo por un lado y de lo directo a lo sugerente a la vez. Una suerte de vaivén de lo inmediato a lo simbólico. Creo que ese es el ritmo de sentido que logra, más allá o incluyendo las cuestiones formales de si se trata de prosa breve, versos como jaicus o prosa un poco más extensa.
La desnudez de la dicción poco a poco se va ataviando de hechos, de experiencias, de señalamientos, de imágenes, de valoraciones. Es un movimiento desde la pincelada luminosa al discurso, que muestra claroscuros. Que avanza, desarrolla, regresa a la brevedad para detenerse o hacer una pausa o reflexionar, y sigue avanzando, y vuelve a afirmar.
Donde habitan las luciérnagas echa luz al pasado, a la historia. Una luz intermitente, azarosa o impredecible, pero luz al fin. Cuando tenemos la suerte de ver luciérnagas, es imposible saber en qué lugar y cuándo se encenderá la siguiente. Y cuando, en determinado momento, las luciérnagas se apagan, se van, adonde habitan o adonde mueren, quedamos, de cualquier modo, agradecidos.
No he dado cuenta ni de manera mínima de este aparentemente pequeño volumen. La poesía tiene esa virtud y esa contradicción: alimenta y rara vez sacia. Contagia, ilumina, nos empuja siempre a más. La poesía no se acaba, pienso, porque responde al ritmo de la vida, y cuando aún la vida se termina o se trunca o queda en suspenso, la poesía sigue desafiándonos.
Correlato o registro de intensidad, fusión de azar y necesidad, la poesía –como el amor, como la justicia– es un llamado para el que deberíamos estar siempre disponibles.
Las luciérnagas habitan en la imaginación. En esta obra la imaginación se apuntala en la memoria situada e histórica, y nos impele a no renunciar a la posibilidad de otro mundo.
J. L. febrero de 2023