Reflexiones de una estudiante universitaria argentina en EEUU a raíz del conflicto entre Israel y Palestina.
Por Violeta López Molina *
Crecí escuchando la radio mientras mi mamá me llevaba en auto al colegio para saber lo que estaba pasando a nivel nacional o provincial y yendo a protestas motivadas por luchas que afectan la cotidianidad de los argentinos laburantes. Estuve en casa tres meses en mi primer año de secundaria por el paro docente durante el macrismo, presenciando la preocupaciones de mis padres porque la inflación excede sus aumentos salariales, viendo si pasaba o no la ley de legalización del aborto en 2018, en la plaza Independencia de la Ciudad de Mendoza, con miles de pibas cubiertas de verde. Luché desde el centro de estudiantes para recibir educación sexual que trascendiera la sugerencia de la profesora católica de Biología, que respondía “abstinencia” cuando le preguntabas cuál era el mejor método anticonceptivo. Me compadecí de la jubilada en la cola del supermercado Átomo que lloraba porque fue a la caja con diez cosas y se va con dos.
Crecí también discutiendo con amigos de familias de derecha que iban a la escuela pública pero con 16 años votaban (por primera vez) al gobierno neoliberal privatizador. Crecí festejando que Argentina fuera el primer país latinoamericano que da la opción de tener identidad no binaria en el documento, y sufriendo la incertidumbre de las PASO y las encuestas en época de elecciones. Todo es político en Argentina, todo es política. No se necesita teoría o citar el lema “lo personal es político” de los años 60 para entenderlo.
Mudarme a EEUU para estudiar en una universidad de élite academicista creó una grieta. Pasé de estar rodeada de gente que vive lo político en carne y hueso a solamente hablar de política en clase, charlas, centros u organizaciones, en ambientes institucionales dedicados al tema. Me miraron raro en mi trabajo en una cafetería de la universidad cuando sugerí que podríamos crear un sindicato para abordar las quejas que escuchaba entre mis compañeros. He conocido a gente brillante que no tiene idea de qué es el FMI, que no vota, que considera que 3% de inflación es una tragedia o que simplemente no tiene por qué preocuparse por la situación económica porque su familia puede pagar una cuota universitaria anual de 90 mil dólares. Lo político pasó a ser algo voluntario, compartimentalizado y hasta tabú.
La semana pasada se organizó una sentada en la plaza principal del campus en apoyo a Palestina. La universidad, una empresa privada, invierte en industrias que manufacturan armas para Israel. Las sentadas en distintos campus de decenas de universidades de Estados Unidos son una demanda para que las universidades dejen de contribuir económicamente con el genocidio en Gaza. En la protesta confluyen en parte estudiantes de clase media, blanca, progresista estadounidense. También hay estudiantes palestinos con familias en Gaza, así como estudiantes latinos, negros, de otras etnias, culturas y poblaciones, y adultos que no están involucrados con la universidad pero viven en Chicago. De nuevo, un ambiente donde lo político es, en su mayoría, una decisión individual hecha por personas con interés o conexión particular en la causa.
Tengo amigos que han estado acampando y ayudando en la sentada desde el comienzo, con la esperanza de que su activismo tenga un impacto en un conflicto que ocurre a casi 10 mil kilómetros de distancia. Eso es lo enigmático para mí: el activismo dedicado a la política exterior estadounidense como respuesta al imperio yankee, y el rol que la universidad tiene en reflejarlo. No quiero que se me malinterprete. Me parece respetable y sostengo que hacer algo siempre es mejor que quedarse de brazos cruzados. He estado conflictuada debido a mi falta de motivación y participación más allá de ir a un par de protestas y llevar alimentos de la cafetería en la que trabajo a quienes acampan. Una de mis amigues judíe con padres sionistas estuvo ahí desde el comienzo y su activismo contra la decisión del gobierno de Israel me parece admirable. Igualmente, la forma que toma el activismo me sigue pareciendo un fenómeno curioso.
En ciertos aspectos, este tipo de activismo se asemeja a cierta militancia que experimenté en mi país. Estar en la sentada es un privilegio. La universidad de Chicago tiene su propia policía y no tiene miedo de usarla. Si no sos ciudadano estadounidense o estás con una visa de estudiante, como yo y muchísimos estudiantes más, el riesgo de ser arrestado es mucho mayor y puede costar la deportación. Esto pasa en todos lados. No todo trabajador en Argentina puede protestar si no tiene representación sindical o si tiene un contrato precario o sus horas de trabajo coinciden con la protesta, o trabaja en el sector privado y no puede hacer paro sin poner en riesgo su empleo. La diferencia yace en que el activismo acá se siente distanciado. En Argentina yo no decidía ver a la jubilada en el Átomo llorar, simplemente pasaba. La universidad acá es una burbuja de privilegio, donde se organiza una sentada para algo que sucede lejos y quienes participan lo hacen desde la voluntad, no desde la necesidad.
La sentada también revela un doble estándar. Muy cerca de la protesta, los barrios que rodean la sentada sufren de hambre, segregación y desplazamiento territorial. La universidad se come los terrenos de residentes de bajos recursos en nombre del “desarrollo”. Expande impunemente su poder territorialmente a costa de exclusión social. Llena estos barrios con su policía frente a la demanda de padres con miedo de que nuestros vecinos marginales pongan en riesgo al hijo blanco despolitizado que criaron. Es verdad que algunos de estos padres apoyan la sentada. Cabe aclarar que los estudiantes que organizan la sentada son los mismos que recriminan la expansión y abuso de la universidad hacia nuestros vecinos. Sin embargo, en mis dos años en la universidad no he presenciado ninguna iniciativa política con la misma impronta que la de esta sentada.
En la madrugada del 7 de mayo, la policía levantó el acampe. No queda una carpa en la plaza. Nuestro profesor de filosofía canceló la clase para “darnos tiempo para procesar estos eventos”. Nunca se ha cancelado una clase por algo vinculado a la realidad política que rodea al campus. Mi intención no es comparar un genocidio con las políticas segregacionistas de la universidad. Sí quiero remarcar lo enigmático, lo político como ajeno, externo, imposible de suceder en la cotidianeidad inmediata de una persona.
Desde cierto ángulo, lo personal sigue siendo político. Los estudiantes que apoyan la sentada pero deshumanizan a quienes viven al sur del campus de la UChicago encarnan la supremacía blanca. No son todos, pero algunas de las personas que te sugieren que “no vayas más al sur de la calle 61”, que coincide con la población de clase baja afroamericana, son también quienes recriminan lo que pasa en Gaza y están en contra de invertir en armas para Israel. No hay contradicción histórica entre elegir militar por una causa que mantiene intacto tu privilegio racial y de clase en vez de una que lo pone en juego.
Sospecho que la mayoría de estudiantes acá escuchaban música cuando iban en el auto a la escuela, nunca fueron a una protesta por una causa que los afectaba personalmente, no dejaron de cursar ni un solo día en el colegio porque no les pagaban lo suficiente a sus profesores, no escucharon a sus padres afectados por la inflación. No vieron llorar a una jubilada en el supermercado.
Hay entonces un contraste fuerte entre luchar por algo cuasi invisible en el día a día que por la gentrificación que afecta a la población negra a un par de cuadras del campus. Repito, quienes solo se involucran en una de las luchas son una minoría, pero es importante visibilizar la selectividad de la mirada hacia lo que se le demanda a la universidad. La jerarquía de prioridades políticas es un acto político ligado a la identidad de quien lucha.
El acampe en la plaza principal de la Universidad de Chicago comenzó el lunes 29 de abril y fue desalojado por la Policía en la madrugada del martes 7 de mayo.
Mayo de 2024
Acampe en la plaza principal del campus de la Universidad de Chicago, mayo de 2024. (Foto: Sammy Zimmerman).
* Violeta López Molina tiene 21 años y es estudiante en la Universidad de Chicago. Se formó en Argentina en la educación pública: cursó estudios primarios en la Escuela Carmen Vera Arenas y secundarios en el Colegio Universitario Central (CUC) de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina). Antes de ingresar a la UChicago, completó el bachillerato internacional en los Colegios del Mundo Unido, UWC (United World Colleges), en Costa Rica.
Nota: El mismo texto principal, pero con otro título y otra foto, apareció el 19 de mayo en www.elcohetealaluna.com. Enlace: