Una tardecita salí a caminar por una calle de tierra y piedras. Tengo un rito: siempre que salgo a caminar, regreso con un palo y con una piedra. Cuando el palo que consigo es muy bueno, suelo fabricar un bastón, que algún día espero usar. Si es un palo no tan bueno, va a parar con la leña para el invierno. La piedra se suma a una gran familia, muy numerosa ya. Pero esa tarde salí a caminar en busca de la higuera que hay en un costado del camino, a la entrada de un viejo viñedo y un viejo olivar. Todos los vecinos probamos de sus higos o brevas, según la época. En febrero, las brevas ya están dulces y si no las cortamos comienzan a caer. Coseché un poco más de un kilo. Las disputé con las abejas, que zumbaban y se comportaban como propietarias del árbol. Un bamboretá (mantis religiosa) merendaba, al parecer, tranquilo, casi inmóvil, indiferente a nosotros, las abejas y yo. De regreso, solo escuché el sonido de mis pasos, el viento en los álamos (los chopos de Machado y familia) y los pájaros.
¿Recuerdan el hermoso y triste poema de Juana de Ibarbourou?:
La higuera
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
¡Hoy a mí me dijeron hermosa!
Breve análisis del poema
En este texto, la escritora uruguaya toma de excusa a la higuera para poetizar o reflexionar sobre la belleza. Porque de ningún modo la higuera es un árbol feo. Al contrario, es extraño, especial, sus frutos no son frutos sino inflorescencias, es decir, flores… y tantas virtudes más. En el poema destaca que otros árboles tienen flores, pero pensemos que son flores convencionales. Las de la higuera, brevas e higos, además, alimentan.
La poeta recurre entonces a la higuera para preguntar si la belleza es intrínseca a los seres o si más bien necesita de la mirada o la valoración de los otros seres. Y es también una apuesta al poder transformador de la palabra: sólo con decir que la higuera es bella, la higuera se vuelve bella. Es más, por la palabra de un otro, deviene hermosa.

El mamboretá en la higuera.

El caminante.

Las brevas.
J.L., Mendoza, febrero de 2025.