Un virus turista y asesino

Sobre el origen, la propagación y el control del coronavirus

Origen y propagación

Por un lado está la posición conspirativo-paranoica, combinación que ha dado vida al neologismo «conspiranoico/a». La defienden quienes están seguros de que el coronavirus de esta pandemia –conocido técnicamente como SARS-CoV-2 o 2019-nCoV–, fue lanzado por EEUU o la OTAN sobre una población de Oriente, en una ciudad china, y les resultó fácil: lo podrían haber hecho, postulan, desde aviones-drones estratosféricos indetectables para los radares asiáticos. Espolvorearon la zona objetivo, elucubremos, mediante ampollas dirigidas remotamente que se abrieron a baja altura y dejaron caer el virus como orégano sobre una pizza porque, como se sabe, este virus es pesado y cae y, como también se sabe, la Tierra es plana y está como suspendida en el espacio o quizá apoyada en algo que no podemos saber bien qué es pero sí podemos imaginar o suponer. Y si no fuera plana y flotara en el espacio infinito y además girara sobre su eje y se trasladara por el cosmos, al virus igual se lo puede espolvorear, aunque el orégano se dispersa un poco y una parte puede caer no exactamente en la pizza, que no sería ya una pizza sino más bien una albóndiga levemente oblonga (la Tierra esférica de Eratóstenes), pero el orégano (que etimológicamente significa algo así como «alegría de la montaña») o el letal organismo microscópico igual desciende e infecta, y se propaga gracias a la falta de higiene y de buena salud y a quienes viajan y sacan a pasear al virus.

Por otro lado están los que creen en la explicación de que el virus sin duda se originó en un caldo de murciélago y otros animales comestibles sin cocinar bien. De esa olla y de los comensales, el coronavirus salió para todos lados, gracias –repitamos, que repitiendo se aprende– a la falta de higiene y de buena salud y a quienes viajan y lo llevan y lo traen.

Hay otras posiciones sobre cómo se originó y se propagó este virus, pero las principales se reducen a dos: si apareció intencional o accidentalmente. En lo que todos coinciden –sigamos repitiendo– es en que no higienizarse, no toser en el codo, no comer todos los días y viajar o moverse propagan el virus.

Control

Una posición, que sostienen entre otros el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, es que el cierre de fronteras y el aislamiento de ciudades y territorios y personas adoptado por Europa no sirve. «Europa está fracasando» contra la pandemia, afirma con su prosa transparente este pensador que suele ser resistido por ciertos sectores intelectuales más que nada por eso, porque escribe bien y encima se le entiende, y además, porque suele despacharse en una frase con todo el pensamiento de otros pensadores. El coreano contrapone a la situación en Europa y muchos otros lugares de Occidente lo que ocurre en China, donde el hipercontrol estatal –es decir, cámaras en todos lados: calles, oficinas, locales comerciales, restoranes, edificios públicos, de departamentos, esquinas, semáforos, barrios, baños, medios de transporte– permite, además de puntuar y registrar el buen comportamiento de un ciudadano por sus elecciones cotidianas –y controlarlo y dirigir su vida y, por ejemplo, otorgarle un crédito porque se está portando bien–, vigilar su estado de salud: las cámaras detectan si las personas tienen fiebre o si están tosiendo mucho. Entonces, a los afectados pillados por el sistema que todo lo ve y todo lo registra les llega un mensaje de texto a sus teléfonos diciéndoles que se tienen que hacer revisar de inmediato en un centro sanitario. Si no lo hacen, se los busca, se los encuentra y se los acompaña o se los lleva por la fuerza y se los confina y atiende hasta que se los cura. Para eso, entre otras cosas, está el Estado perseguidor y exprimidor de cuerpos y almas en esos lugares.

En la mayoría de Occidente, donde el control tecnológico de la ciudadanía no está tan pero tan extendido ni es aceptado o tolerado como en muchas megaciudades de Oriente, el combate contra la pandemia se hace también a la fuerza y principalmente con aislamiento: entre territorios, ciudades y países y entre las personas. En las ciudades, las fuerzas de seguridad son hoy amas y señoras de las calles, y –¿se podría esperar otra cosa?– se abusan del renovado poder que tienen de detener y, demasiadas veces, además, prepotear a cualquiera en la calle, es decir: laburantes; personas que no tienen dónde caerse muertas y que deambulan buscando sobrevivir; o seres sin compromiso ciudadano que salieron a pasear en vez de quedarse en su cómoda casa. Esto, para indignación de muchos de nosotros, que si vemos policías empezamos a temblar o a calentarnos –si no a tirarles piedras, pero no recomiendo esto porque se suele estar en desventaja en la calle y porque, además, no todos los policías son malas personas, no seamos prejuiciosos: muchos son útiles a la sociedad, es más, mucho más útiles y valerosos que muchos inútiles y cobardes que conozco– y que además nos gusta comernos unos sánguches y tomarnos unos tragos bajo techo o al aire libre u organizar un picnic en la plaza o el parque de un momento a otro, o jugarnos un picadito o juntarnos a compartir con amigos, familia, compañeros de trabajo, compañeros de intemperie, a cualquier hora y en cualquier lugar. Es que confiamos en que el ácido estomacal puede reventar cualquier bicho, aunque hemos comprobado decenas de veces que no siempre es así. Ahora se trata de un virus que anda por las salivas y por el piso o superficies intermedias (mesas, mostradores, pasamanos, picaportes) y que infecta cuando uno lo escupe y otro lo aspira o lo toca con la mano y se la lleva a la cara. La higiene pasa por repasar esas superficies intermedias con lavandina o lejía (hipoclorito de sodio) diluida, lavarse las manos con jabón y no andar abrazándose ni besándose ni tocándose la cara. Este método de aislamiento y pulcritud funciona. No lo digo yo, lo dicen los que saben: infectólogos, inmunólogos, epidemiólogos y otros especialistas en salud y más específicamente en salud pública. Lo confirman los registros actuales e históricos, que comprueban que el aislamiento disminuye el contagio de, si no todas, la mayoría de las enfermedades de este tipo. Los registros también indican que si vivís en condiciones precarias y estás mal alimentado, sos población de riesgo, y acá entran los marginados del sistema –que siempre son población de riesgo– y los viejos y, entre estos, sobre todo los que viven solos.

Mensaje

Esperemos que al menos América Latina o América toda no fracasen como dice el pensador coreano que está fracasando Europa con el combate contra la pandemia. Decir Europa es generalizar demasiado: no son lo mismo Italia o España que Alemania, Francia o Rusia. Más allá de las diferencias y los detalles, parece ser que el problema en todo el mundo –porque es general y homogéneo y afecta al combate contra la pandemia y ningún país se salva–, y aunque suene irónico o banal, es el turismo.

Posdata

Esta semana se suicidaron dos enfermeras italianas que trabajaban cuidando afectados por coronavirus. Estaban sobrepasadas de trabajo asistiendo enfermos, es decir, agotadas, estresadas, conviviendo con el pánico. Estas dos heroínas anónimas hasta la muerte habían contraído el virus. En la ciudad de Monza, que está a 20 kilómetros de Milán, Daniela Trezzi, de 34 años, se ahorcó en su casa. Otra versión dice que se suicidó en el hospital donde trabajaba. En Jesolo, en el Véneto, provincia de Venecia, Silvia Luchetta, de 49 años, se tiró al mar.

J. L., Dorrego, Mendoza, fines de marzo de 2020.