(Se reproduce aquí una nota publicada en el Suplemento El altillo del Diario Uno. Marzo de 2000).
Roberto Juarroz nació el 5 de octubre de 1925 en Dorrego, provincia de Buenos Aires, y murió hace cinco años, el 31 de marzo de 1995. Fue bibliotecólogo, ensayista, profesor y poeta. Su poesía cumple 42 años entre nosotros. Publicó su primer libro, Poesía vertical, cuando tenía 33 años. Desde entonces, los lectores tienen otro lugar a donde ir en busca de una experiencia intensa. Cuando se lee un poema de Juarroz, una poesía vertical, como ha llamado él a toda su obra, se siente algo así como un golpe de realidad. Julio Cortázar escribió que ante la poesía de Juarroz se tiene una «sensación prodigiosa de extrañamiento, de rapto, de acceso».
La de Juarroz es una escritura despojada, que gira alrededor de las preguntas fundamentales del ser humano: la soledad, la vida, la muerte, el amor… Pero el poeta no responde esas preguntas, sino que las profundiza y las repregunta de un modo especialmente intenso. Este concepto, intensidad, junto con profundidad y concentración son los que ha preferido Juarroz para calificar su experiencia y búsqueda poéticas. Por eso sus poemas suelen ser breves: rara vez exceden una página de libro. La verborragia o abundancia de palabras son lo opuesto del despojamiento de la palabra poética de Juarroz, a quien el poeta mexicano Octavio Paz ha calificado de «poeta de instantes absolutos».
El despojamiento de la poesía de Juarroz puede observarse, desde afuera, en el uso de palabras y estructuras simples, pero no simples precisamente por transparentes. Juarroz llega a la simpleza luego de recorrer un camino de autoexigencia bastante estricto. Él le ha llamado, a esta posición ante la escritura, «ascetismo». Asceta es el que se aparta del mundo, el que renuncia a lo mundano. El poeta ascético vive y observa al mundo desde una posición privilegiada, especial, poco habitual. «Yo creo que es preciso dejar de lado todo lo que sea desahogo sentimental, anécdota, discurso, ornamentación, uso confortable y más o menos atractivo de un plano inmediato del lenguaje. Creo que para llegar a ciertos núcleos muy difíciles de captar de nuestra experiencia profunda es necesario algo así como una ascesis en donde casa cosa que aparezca sea en lo posible irremplazable».
Dijo núcleo. Es cierto, los poemas de Juarroz buscan un núcleo o centro. Casi siempre comienzan por una imagen o afirmación o negación que abre el poema, luego las palabras dan una recorrida por zonas más o menos cercanas a ese núcleo intuido, sospechado y que aparece como un misterio. El poema termina con una suerte de conclusión, no lógica sino poética, en la que las palabras dan un paso más allá y ahondan el misterio o entregan una visión despojada y lúcida de esa búsqueda. Los finales de los poemas suelen dejar al lector desconcertado, admirado, preocupado, conmovido. Se tiene la sensación de estar ante alguien que ve el mundo de un modo inhabitual. Esa entrega verbal suspende al lector y lo invita a abrirse, a salirse de sus esquemas, de su costumbre. En este sentido, la poesía de Juarroz cumple con el objeto esencial del arte.
Zen y antítesis
En Juarroz, la búsqueda de simpleza se relaciona sobre todo con ese núcleo, esa esencia o imposible que dice perseguir. Ha reconocido el poeta la fertilidad de la mirada del budismo Zen en este camino. Sobre todo, el intento por trascender las categorías occidentales del tipo razón/sensibilidad. Esta oposición, esta escisión es la que intenta Juarroz hacer desaparecer, trascender. Cuando lo logra, en muchos de sus poemas, el resultado es contundente: «Eres mi abandono más completo,/ mi indefensión, mi zona franca,/ lo que me exime de cuidarme.// Tal vez por eso en ti se juntan / mi mayor recuerdo y mi mayor olvido / y no sé si eres mi compañía / o eres ya mi soledad».
En este poema se nota algo que es recurrente en la obra de Juarroz: la antítesis (coexistencia de dos términos opuestos: blanco/negro, vida/muerte, arriba/abajo). La intensidad de la poesía de Juarroz radica en gran medida, sospecho, en la constante tensión entre los polos de las antítesis esenciales: soledad/compañía, amor/dolor, presencia/ausencia, hablar/callar, ascenso/caída. Si bien la antítesis es un recurso antiquísimo, en este poeta se potencia por el marco de despojo, de salto al vacío, que caracteriza su visión. Su objetivo es trascender cualquier juego de opuestos, con un rigor que se aleja de un uso más o menos ingenioso del lenguaje. Se podría decir que la antítesis en su poesía es más un punto de partida que de llegada. Incluso, en algunos casos uno de los opuestos niega al otro, como en el verso final de su Octava poesía vertical (1984): «Ser no es comprender».
Y escribe Cortázar, en una carta que aparece en Tercera poesía vertical (1965): «Siempre he amado una poesía que procede por inversión de signos; el uso de la ausencia en Mallarmé, algunas “anti-esencias” de Macedonio, los silencios en la música de Weber. Pero usted potencia hasta lo increíble esas inversiones que en otras manos suelen acabar en juegos de palabras».
Volviendo a la valoración del budismo Zen, dice Juarroz: «El budismo Zen es para mí una de las dimensiones más ricas del ser oriental, ya que no me animo a decir simplemente del pensamiento oriental. Siendo como es una especie de reconocimiento inmediato de lo real, de reconocimiento no interrumpido por ninguna suerte de esquema conceptual, filosófico, ético, sino una especie de contacto instantáneo con lo real, creo que se emparenta singularmente, íntimamente, con el modo de captación del arte y la poesía. Además, esa falta de temor ante las aparentes contradicciones, hacia las antítesis, hacia las paradojas, esa afirmación última por medio de negaciones circunstanciales constituye una apertura de la visión y de la experiencia verdaderamente sustancial». Y agrega: «(…) no concibo una dicotomía entre el sentir y el pensar, entre lo cordial y la inteligencia. Creo que nos han engañado un poco con respecto a eso. A mí, por lo menos, me han engañado».
Ascetismo y sociedad literaria
El ascetismo y exigencia de Juarroz lo han llevado a colocarse en un lugar contrario a lo que él ha llamado «socioliteratura». Es decir, según él, todo aquello que es aledaño a la poesía: periodismo, vida cultural, crítica literaria, enseñanza. Con una firmeza singular, Juarroz se ha plantado frente a la crítica y a la sociedad literaria. Por ejemplo, ha dicho: «Creo que la poesía no puede ser encontrada en ningún manual, salvo que consideremos un manual como una antología de textos. No creo en la explicación, la enseñanza o el comentario de la poesía. Toda explicación de la poesía la traiciona. Así que esas “descripciones” del poema son montajes de palabras: todo comentario sobre la poesía es retórica, un andamiaje que se ha preparado para sostener algo que sólo admite moverse sin sostenes».
Yendo más lejos aún, el poeta sostiene que la poesía no es literatura: «En la división habitual de los géneros literarios, yo no incluiría a la poesía. La poesía no sería un género literario, sino otra dimensión del lenguaje, del ser, del crear».
La escritura de poesía tiene sus riesgos. Muchas distracciones atentan contra la creación, entre ellos el afán por aparecer en revistas, antologías, de asistir a reuniones culturales, de participar en talleres y proyectos literarios. Para el escritor, esas actividades no son malas en sí mismas, pero suelen inflar el lado débil de todo escritor: su vanidad, su necesidad de reconocimiento. Tal vez la negación de lo superfluo muestre el costado más descarnado de la visión de Juarroz. Su rigor le ha valido que algunos lo califiquen de cruel.
Soledad
Dijimos que Juarroz concibe la poesía como una experiencia intensa. Esa intensidad puede ilustrarse a partir de ciertas vivencias de su infancia y se relacionan con su hábito de soledad. «(…) tengo esa sensación de cuando las cosas lo conmueven a uno a fondo, y uno las piensa y las reflexiona, y ellas lo persiguen en el plano del pensamiento y también en el del tratar de explicarlas en profundidad. Por ejemplo: entre estas experiencias hay otra que yo recuerdo. Y tiene que ser bastante decisiva. Es algo vinculado con los juegos infantiles. Casi no tenía amigos de mi edad. ¡Cuál fue, entonces, mi elección, mi salida? Jugar solo. Esto sí debe haber sido importante. Porque, como alguien se preguntó alguna vez, ¿quién es el compañero de juegos del que juega solo? Alguien podría extraer de aquí que he seguido jugando solo siempre. Diría que en cierto sentido profundo sí, pero muy relativizado. Siento que he entrado en profunda comunicación con otros seres humanos, pero no es por eso que digo relativizado. Es por esto: porque tal vez la única forma, la única base para la comunicación auténtica es la soledad previa. Y es probable que esa sea mi historia».
Ese fue Juarroz explicado por sí mismo. El siguiente, tal vez el poema más conmovedor que se haya escrito sobre la soledad: «Pienso que en este momento/ tal vez nadie en el universo piensa en mí,/ que sólo yo me pienso,/ y si ahora muriese,/ nadie, ni yo, me pensaría. //Y aquí empieza el abismo,/ como cuando me duermo. /Soy mi propio sostén y me lo quito./ Contribuyo a tapizar de ausencia todo.// Tal vez sea por esto/ que pensar en un hombre/ se parece a salvarlo».
Muerte y amor
También la muerte tiene en Juarroz una versión intensa y aplastante. Entre los muchos poemas que escribió alrededor de la muerte, hay uno que es paradigmático e inolvidable: «Mientras haces cualquier cosa, /alguien está muriendo.// Mientras te lustras los zapatos,/ mientras odias,/ mientras le escribes una carta prolija/ a tu amor único o no único.// Y aunque pudieras llegar a no hacer nada,/ alguien más estaría muriendo,/ tratando en vano de juntar todos los rincones,/ tratando en vano no mirar fijo a la pared.// Y aunque estuvieras muriendo,/ alguien más estaría muriendo,/ a pesar de tu legítimo deseo/ de morir un minuto con exclusividad.// Por eso, si te preguntan por el mundo,/ responde simplemente: alguien está muriendo».
Entre los numerosos poemas que ha escrito inspirado en el amor, hay uno, creo, especialmente profundo y conmovedor: «Mientras duermes/ tu mano me transmite imprevistamente una caricia./ ¿Qué zona tuya la ha creado,/ qué autónoma región del amor,/ qué parte reservada del encuentro?// Mientras duermes/ te conozco de nuevo./ Y quisiera irme contigo/ al lugar donde nació esa caricia».
Destino
Juarroz se ha sentido misteriosamente llamado a ser el poeta que finalmente fue. Pero no ha sido mágico ni regalado todo lo que ha conseguido. Al menos, siempre que pudo, afirmó que la labor poética exige sacrificios. A los 18 años abandonó su fe en Dios en el molde tradicional de las religiones institucionalizadas. Con el tiempo, remplazó su fe con la imaginación y afirmó que, para él, el sentido religioso esencial consiste en sentirse parte de un todo.
Juarroz transmitió a cuantos se le acercaron en busca de una palabra que los guiara en su labor creativa, que la poesía requiere ciertas condiciones. Entre ellas, la apertura, la necesidad y la humildad.
Apertura: el que escribe debe estar siempre abierto, en absoluta disponibilidad. Un poema puede nacer de la contemplación del hecho más trivial.
Necesidad: para hablar de ella, Juarroz citaba siempre una de las voces de su amigo Antonio Porchia: «Digo lo que digo porque me ha vencido lo que digo».
En cuanto a la humildad, este poema de Quinta poesía vertical (1974): «Así como el espacio se acostumbra al espacio,/ yo me he acostumbrado a ser algo.// Cuando desaparezca,/ habrá sencillamente una costumbre menos».
Mientras más leemos a Juarroz, más se nos hace evidente que nos encontramos ante alguien que le dio a la poesía una dimensión abrumadora. Intentó llegar con el lenguaje a donde es muy difícil o imposible estar y permanecer. Y llegó a ver en la poesía una forma de salvación, por eso escribió alguna vez: «En esta búsqueda que nos salva, aunque no sepamos de qué».
Juan López, Mendoza. Suplemento El altillo. Diario Uno. Marzo de 2000.