En 1999, bajo el sello de Ediciones Simples, Juan López editó Poemas, libro que comenté en la oportunidad, y que ahora doy a conocer a los amigos de Facebook.
“Si hubiera direcciones/ flechas marcadas”, dice Juan López en su primer poema, “no habría ni sogas al cuello/ ni hombres/ perdidos”. En el segundo hace una enumeración caótica, donde se entrecruzan “las almas de los niños descalzos” y “las llaves perdidas”, con “lo que sueñan las mujeres solas” y “los autos de las chacaritas”, conformando una suma cuya síntesis queda insinuada: “la palabra fin al final de la historia”.
Nada se dice en este humilde poemario del escritor, de sus publicaciones o premios, de sus adhesiones o estilo. Esta misma desnudez presentan sus versos, “claros como una lámpara/ simples como un anillo”, diríamos, plagiando a Neruda.
Esa dimensión tan esquiva y perseguida por muchos poetas, la del lenguaje llano, la metáfora auténtica y el tono elegíaco justo, sin dramatismo pero hondamente sentido, está en los poemas de Juan López con la naturalidad con que un pájaro vuela de una a otra rama. Y no es sencillismo. Nada cómoda su postura, al contrario, se ubica en el centro de la poesía: la mirada crítica, la palabra en voz baja y el gesto interrogador.
A veces, arrecia el desencanto, pero lo dice sin amargura: “Los mensajes aparecen por todos lados/ están dictando cosas sin parar/ como en la escuela (los que fuimos a la escuela) / el que se atrasa saca mala nota/ no se puede pensar mientras se escribe/ no se puede pensar mientras se vive”.
Como si le hablara a su otro yo y, de paso, haciendo evidente algo que muchas veces pensamos, expresa: “soltame el cuello/ de a poco/ o como te guste/ siempre y cuando/ no te parezca mal/ dejarme/ respirar”.Para acentuar lo que nos comunica, recurre a la anáfora en “No te parece” y es el único artificio que se permite. Y, a veces, en busca de la más intensa brevedad, cobija la duda, el aserto o el sarcasmo en una suerte de haiku: “Lo que brilla/ podría/ no brillar”; o “Vivir para uno mismo/ es como tragarse la lengua” y también: “Los vegetarianos/ creen/ en la reencarnación”.
Andrés Cáceres, marzo de 2021.