Contra algunos periodistas, en defensa de la vocación docente y desilusión
Diatriba
Del fr. diatribe, y este del gr. διατριβή diatribḗ ‘debate’.
1. f. Discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo.
(Diccionario de la Real Academia Española).
Hay personas que creen que son las únicas que trabajan. No se sabe bien por qué, porque somos muchos los seres humanos que por fortuna tenemos empleo, no tantos como debería ser. (¿El mundo es una mierda? Sí, el mundo es una mierda. ¿Siempre y en todos lados? No, pero…). El asunto es que hay personas, en el entorno, en la familia, en todos los ámbitos, que siempre están haciendo notar que están ocupadas, que no pueden hablar ahora o reunirse –cuando nos podíamos reunir– y está bien, pero siempre agregan «estoy trabajando», «tengo mucho trabajo», «porque yo trabajo»… y dejan para los puntos suspensivos el punzante «no como vos, que no trabajás o no trabajás tanto».
¿Qué se puede hacer ante esas personas que se sienten el centro del mundo y que están seguras de que son las únicas que hacen lo que hay que hacer y es muy probable que también piensen que lo hacen de modo excelente, lo cual es posible, pero este no es el asunto? Me parece que no se puede hacer nada, hay que dejarlas que sigan siendo lo que son, ombliguistas que por algún motivo –falta de atención en la infancia, resentimiento por tal o cual trauma o simplemente por soberbia, pedantería o estupidez–, militan, pregonan su «estoy trabajando»… («no como vos»).
A esta especie de seres pertenecen, pienso, ciertos periodistas que critican a docentes por la no presencialidad en las escuelas, facultades y demás centros de estudios. Quiero aclararles, aunque sé que lo saben pero no lo quieren entender o no pueden, que no presencialidad no es sinónimo de ausencialidad (qué hermosa la pandemia y sus neologismos).
Los docentes trabajan y mucho más en su casa que cuando van o iban a las aulas. Soy testigo cotidiano de una docente universitaria de la UNCuyo, con la que convivo hace dos décadas y que trabaja más que nunca como docente universitaria. Antes, cuando iba a la facultad, asistía martes, miércoles y jueves a la tarde a dar clases, a horario de consulta, a reuniones docentes, etc. Y, como se imaginarán, ese no es su único trabajo. Es laburante esencial de salud de 7 a 16, aproximadamente, porque suele trabajar más de esas horas, también en su casa. (¿De dónde saca energía? No lo sé, pregúntenle a ella). Ahora, desde hace más de un año ya, trabaja como docente literalmente todos los días de la semana, sí, queridos «periodistas» (cómo duele colocar esas comillas, espero que también les duela), de lunes a lunes. Ya sé, me van a decir que por qué no se organiza, que no todos los docentes trabajan tanto. Mentira. Son muy graciosos ustedes, grandes plumas para hablar del trabajo de los demás, y que imaginan, equivocadamente, que es de una manera, y encima tienen la deshonestidad de difundir en sus espacios cotidianos sus columnas llenas de ignorancia y prejuicios (¿no probaron con investigar?) Muchachos y no tan muchachos: el periodismo se degrada con cada columna de ustedes, staff de redactores chupamedias, de jefecitos y de gerentitos de noticias estadofóbicos (por favor, díganme que los mandan, que no lo hacen por iniciativa propia).
El periodismo no se hace con prejuicios, se hace con pruebas, testimonios, como este que estoy dando, por si les sirve. No hace falta que diga, pero igual lo quiero dejar escrito, que el que cito no es un caso excepcional, es lo que ocurre con todos (sí, todos) los docentes en la no presencialidad. Porque la docencia, muchachos, es una vocación (¿les suena?). Un docente no es un mercenario, un docente es un humanista, perdón si esta palabra parece desactualizada.
Los docentes primarios, secundarios, universitarios, etc. están sujetos a que ellos y sus alumnos tengan conectividad. Eso hace que las más de las veces se comuniquen literalmente «a cualquier hora», y la educación no se suspende por eso: se dan clases y consultas a cualquier hora. Esto me consta, además, porque soy padre de un preadolescente con discapacidad que toma clases virtuales, y sus maestras y maestros son las personas más profesionales, serias y cálidas del planeta. Además, muchos docentes e investigadores producen conocimiento (conocimiento científico, no columnas de opinión como esta y las de «esos periodistas») y organizan encuentros, congresos, virtuales, no queda otra. Cosas difíciles o imposibles de entender, aceptar o reconocer por cagatintas rentados por el poder y por medios bancados de modo no poco significativo por la pauta publicitaria oficial de turno.
Yo, por suerte o por sanidad mental, no los leo ni los escucho, pero me entero y a veces los tengo que leer o escuchar por mis valientes amigos, que los siguen y les responden por las redes sociales. Abandoné esa actitud masoquista hace mucho, y soy casi feliz sin leer ni oír una sola de las estupideces, mentiras o cabronadas que escriben y pronuncian día a día, semana a semana, mes a mes, año a año.
Esta diatriba está dedicada especialmente a «esa» clase de periodistas y sapiens similares, que no voy a nombrar porque esto no es personal (aunque, bueno…). Me da mucha pena –y enojo, cómo no– enterarme de todas las mentiras que construyen, como si estuvieran iluminando el camino de alguien. Pero no, lo entendí hace mucho, aunque me dolió y me duele reconocerlo: ustedes no hablan ni escriben para nadie, lo hacen para convencerse de lo que dicen y porque haciéndolo moldean su mezquina identidad y su moral elitista, esa que se pasan pregonando como si tuviera gran valor (sí, sí, claro, también lo hacen porque necesitan laburar, eso no se discute).
En eso se han convertido, en escribas del poder (yo les ponía más fichas y para otra cosa). Siempre los hubo y habrá, tampoco hay que escandalizarse. De algunos fui compañero de redacción e incluso amigo o conocido. Por eso, qué desilusión. No lo entenderían. Sigamos trabajando.
J. L. mayo de 2021.