Seguimos colocando mayúsculas sin sentido, o sin pensar por qué, o pensando que usarlas engrandece lo escrito.
A continuación, textual de la reciente edición de El libro y sus orillas, del destacado editor y profesor mexicano Roberto Zavala Ruiz. La primera edición de esta obra se publicó en 1991. Tiene numerosas reediciones y reimpresiones y es de lectura generalizada de correctores y editores en español.
El autoritarismo embozado: mayúsculas y minúsculas
Pocas personas advierten el autoritarismo que rige el uso de mayúsculas y minúsculas. Cuando la cúspide de la pirámide social era ocupada por el monarca absoluto, cuyo poder, según se decía –y tal vez hasta se creyera–, lo había recibido directamente de Dios Padre, los reales documentos se firmaban siempre: Yo el Rey. Y todas las veces que se mencionara al rey debía usarse la mayúscula reverencial. Como el rey ha muerto virtualmente en todo el mundo político, o bien se le ha reducido a entidad decorativa, como en Inglaterra o en España, se acabó la mayúscula. En países como el nuestro, donde la figura presidencial es la del nuevo rey, casi todas las gramáticas y manuales de redacción establecen o prescriben que, en uso pronominal (es decir, cuando se emplea en vez del nombre), la palabra presidente debe escribirse con mayúscula inicial, aunque perdonan la minúscula cuando el vocablo precede al nombre.
No puede considerarse error escribir: el presidente de la República siguió al pie de la letra los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Tampoco: el papa convalidó la explotación capitalista; ni: el emperador revistó las tropas. De la misma manera, ningún precepto gramatical obliga a poner con mayúscula inicial los adjetivos santa, santo (y su apócope san) y virgen: es la costumbre reverencial, nuevamente, la que dicta las mayúsculas; pero una costumbre no es eterna, de modo que, para ser congruentes con el laicismo educativo que deberíamos tener, habrá que empezar a bajar todas esas palabras, pues aquí el mayusculismo es claro resabio del predominio católico. Y en lo que respecta a los cargos civiles, el mayusculismo no es sino un reflejo directo, en la escritura, de la verticalidad en el manejo del poder; para la gramática, sin embargo, debe ser lo mismo profesor o filósofo que presidente, obispo que papa.
El predominio católico, instalado por siglos entre los académicos, les ha llevado a prescribir el uso de mayúsculas, asimismo, en los atributos de la divinidad: el Supremo Hacedor, el Omnipotente, etcétera. Se entiende que el Supremo Hacedor no es Tiáloc ni lo es Quetzalcóatl, mucho menos Tezcatlipoca, que desde 1521 cayeron en desgracia y pasaron a ser demonios nativos (por supuesto, con minúscula). En fin.
(Tomado de Roberto Zavala Ruiz, El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas. México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 286-287).