«El poder de la superestructura cultural que modela las inteligencias en la Argentina es tan mortífero, que un escritor de la talla de Cortázar no ha comprendido aún que el reclamo de esa Patria Grande que él sueña liberada no consiste esencialmente en que emita declaraciones desde París contra el imperialismo o firme manifiestos contra las persecuciones, ni siquiera que introduzca denuncias en sus libros, sino en que coloque su talento al servicio de la gran tarea que consiste en ayudarnos a construir nuestra propia alma, a entender nuestras pasiones, nuestros miedos y nuestras alegrías, a reconstruir artísticamente nuestro drama cotidiano y el de los que nos antecedieron. Es decir, hacer cultura nacional, como la hace Rulfo en El llano en llamas, García Márquez en Cien años de soledad, José Hernández en el Martín Fierro y Vallejo, Guillén y tantos otros en sus poemas. ¡Qué lástima que no lo entienda Cortázar, porque entonces le es aplicable el mismo juicio que Jauretche le aplica a Borges: “un sangre pura que puede ganar un Nacional y se dedica a correr cuadreras!”».
Del capítulo «Cortázar y el error de jugar a la rayuela con la revolución», páginas 175 a 187 del libro Tercera parte de las polémicas Jauretche. Libros y alpargatas, «civilizados o bárbaros». Introducción y comentarios de Norberto Galasso. Los Nacionales Editores, Buenos Aires, 1983).